lunes, 7 de diciembre de 2020

FELIZ NAVIDAD


🎄🎅🎄🎅🎄🎅🎄🎅🎄

 Quiero desearle a todos mis increíbles estudiante una feliz navidad junto a su familia y que el nuevo año sea un año de felicidad, de crecimiento, de éxitos en la escuela y en la familia. Muchas bendiciones. !A disfrutar la navidad!

🎄🎅🎄🎅🎄🎅🎄🎅🎄




martes, 1 de diciembre de 2020

EXAMEN FINAL DE SEMESTRE. GRADO 11

Escuela Bella Vista

Examen Final del 1er Semestre 20-21

Español A: Lengua y Literatura. Grado 11

Mr. Borges

Nombre del estudiante:


Fecha: 01/12/20

Hora: 12.50-2.05


EXAMEN FINAL DE SEMESTRE

“Historia de un escalera”


PARTE I: 

Desarrolle brevemente los siguientes aspectos: (10 puntos cada una)


1.- En cuanto a los aspectos formales de la obra explique los siguientes aspectos:


1.- Estructura externa e interna de la obra:

R:


2.- En cuanto a los temas de la obra


2.- ¿De qué manera se exploran en la obra los temas de la muerte, el paso del tiempo y la vejez?

R:


PARTE II: 

Realice un análisis breve del siguiente fragmento de “Historia de una escalera”. Incluya comentarios sobre tema o temas, Contexto histórico- social, contexto literario, propósito del uso de las acotaciones y el simbolismo. Utilice citas para apoyar sus argumentos. (20 puntos, según rúbrica)


Acto III: Historia de una escalera 

Antonio Buero Vallejo 

(Su marido la mira violento. Ella mete a MANOLÍN de un empujón y cierra también con un portazo. FERNANDO baja tembloroso la escalera, con la lentitud de un vencido. Su hijo, FERNANDO, lo ve cruzar y desaparecer con una mirada de espanto. La escalera queda en silencio. FERNANDO, HIJO, oculta la cabeza entre las manos. Pausa larga. CARMINA, HIJA, sale con mucho sigilo de su casa y cierra la puerta sin ruido. Su cara no está menos descompuesta que la de FERNANDO. Mira por el hueco y después fija la vista, con ansiedad, en la esquina del “casinillo”. Baja tímidamente unos peldaños, sin dejar de mirar. FERNANDO la siente y se asoma.) 

FERNANDO, HIJO.- ¡Carmina! (Aunque esperaba su presencia, ella no puede reprimir un suspiro de susto. Se miran un momento y en seguida ella baja corriendo y se arroja en sus brazos.) ¡Carmina!... 

CARMINA, HIJA.- ¡Fernando! Ya ves... Ya ves que no puede ser. 

FERNANDO, HIJO.- ¡Sí puede ser! No te dejes vencer por su sordidez. ¿Qué puede haber de común entre ellos y nosotros? ¡Nada! Ellos son viejos y torpes. No comprenden... Yo lucharé para vencer. Lucharé por ti y por mí. Pero tienes que ayudarme, Carmina. Tienes que confiar en mí y en nuestro cariño. 

CARMINA, HIJA.- ¡No podré! 

FERNANDO, HIJO.- Podrás. Podrás... porque yo te lo pido. Tenemos que ser más fuertes que nuestros padres. Ellos se han dejado vencer por la vida. Han pasado treinta años subiendo y bajando esta escalera... Haciéndose cada día más mezquinos y más vulgares. Pero nosotros no nos dejaremos vencer por este ambiente. ¡No! Porque nos marcharemos de aquí. Nos apoyaremos el uno en el otro. Me ayudarás a subir, a dejar para siempre esta casa miserable, estas broncas constantes, estas estrecheces. Me ayudarás, ¿verdad? Dime que sí, por favor. ¡Dímelo! 

CARMINA, HIJA.- ¡Te necesito, Fernando! ¡No me dejes! 

FERNANDO, HIJO.- ¡Pequeña! (Quedan un momento abrazados. Después, él la lleva al primer escalón y la sienta junto a la pared, sentándose a su lado. Se cogen las manos y se miran arrobados.) Carmina, voy a empezar en seguida a trabajar por ti. ¡Tengo muchos proyectos! (CARMINA, la madre, sale de su casa con expresión inquieta y los divisa, entre disgustada y angustiada. Ellos no se dan cuenta.) Y te salvaré a ti. Vendrás conmigo. Abandonaremos este nido de rencores y de brutalidad. 

CARMINA, HIJA.- ¡Fernando! 

(FERNANDO, el padre, que sube la escalera, se detiene, estupefacto, al entrar en escena.) 

FERNANDO, HIJO.- Sí, Carmina, Aquí solo hay brutalidad e incomprensión para nosotros. Escúchame. Si tu cariño no me falta, emprenderé muchas cosas. Primero me haré aparejador. ¡No es difícil! En unos años me haré un buen aparejador. Ganaré mucho dinero y me solicitarán todas las empresas constructoras. Para entonces ya estaremos casados... Tendremos nuestro hogar, alegre y limpio..., lejos de aquí. Pero no dejaré de estudiar por eso. ¡No, no, Carmina! Entonces me haré ingeniero. Seré el mejor ingeniero del país y tú serás mi adorada mujercita... 

CARMINA, HIJA.- ¡Fernando! ¡Qué felicidad!... ¡Qué felicidad! 

FERNANDO, HIJO.- ¡Carmina! 

(Se contemplan extasiados, próximos a besarse. Los padres se miran y vuelven a observarlos. Se miran de nuevo, largamente. Sus miradas, cargadas de una infinita melancolía, se cruzan sobre el hueco de la escalera sin rozar el grupo ilusionado de los hijos.) 

TELÓN 

PREGUNTA DE ORIENTACION:

¿De qué manera el contexto histórico social y el contexto literario determinas aspectos formales y de contenido de la obra?

ESTRUCTURA SUGERIDA DEL COMENTARIO

Presentación de la obra y el autor

Ubicación de la escena

Análisis

Conclusion



lunes, 26 de octubre de 2020

EXPLORACION DE OBRAS ESTUDIADAS EN CLASE


ASSESSMENT

1.- CREAR UN DOCUMENTO EN Q2 PARA ASIGNACIONES DIARIAS

2.- CONTESTE BREVEMENTE 1 (UNA) DE LAS PREGUNTAS O PLANTEAMIENTOS TOMANDO COMO REFERENCIA AL MENOS 2 OBRAS ESTUDIADAS EN CLASE

3.- LA RESPUESTA DEBE TENER AL MENOS  2  PARRAFOS

4.- COPIE Y PEGUE SU RESPUESTA EN EL DOCUMENTO COMPARTIDO CON TODA LA CLASE.


PREGUNTAS:

  1. ¿De qué maneras se construye el significado de una obra literaria? Conteste esta pregunta haciendo referencia a por lo menos 2 textos  estudiados en la clase.
  2. ¿Qué importancia tiene el contexto cultural o histórico para la producción y la recepción de un texto? Conteste esta pregunta haciendo referencia a por lo menos 2 textos  estudiados en la clase.
  3. ¿En qué medida permiten los textos conocer otras culturas?.  Conteste esta pregunta haciendo referencia a por lo menos 2 textos  estudiados en la clase.
  4. ¿De qué manera reflejan los textos los hábitos culturales, los representan o forman parte de ellos?.  Conteste esta pregunta haciendo referencia a por lo menos 2 textos  estudiados en la clase.
  5. El tema del honor o la dignidad es un tema recurrente en las obras literarias.  Explore este tema en relación a 2 obras estudiadas en clase.
  6. ¿De qué maneras pueden tener puntos en común los diferentes textos? Explore este planteamiento en relación a 2 obras estudiadas en clase.
  7. ¿Supone el hecho de no compartir una visión del mundo con un autor un obstáculo para comprender su texto? Explore este planteamiento en relación a 2 obras estudiadas en clase.





viernes, 23 de octubre de 2020

CASA DE MUNECAS. ACTO III

 ACTO TERCERO.

La misma decoración. Los muebles (mesa, asientos y sofá) han sido trasladados al centro de la escena. La puerta del recibidor está abierta. Se oye música que se supone procedente del piso superior.

ESCENA I. (Sarah - Juan Simon)

CRISTINA (Sentada cerca de la mesa, hojea distraídamente un libro). De vez en cuando mira con inquietud hacia la puerta y escucha atentamente.

CRISTINA (Mirando su reloj): No viene, y, sin embargo, ha pasado ya la hora. Con tal que... (Vuelve a escuchar). ¡Ah! ¡Es él! (Va al recibidor y abre suavemente la puerta exterior. En voz baja). Entre usted, estoy sola.

KROGSTAD (En la puerta): He recibido una carta de usted. ¿Qué desea? CRISTINA: Tengo necesidad absoluta de hablarle.
KROGSTAD: ¿Sí? Y la entrevista, ¿ha de ser aquí, precisamente?

CRISTINA: No podía recibirle en mi casa, porque no hay puerta independiente. Venga usted; estaremos solos. Los Helmer están de baile en el segundo piso.

KROGSTAD (Entrando): ¡Cómo! ¿Los Helmer están de baile esta noche? ¿De veras?

CRISTINA: ¿Que tiene eso de particular?
KROGSTAD: Nada.
CRISTINA: Krogstad, tenemos que hablar.
KROGSTAD: ¿Nosotros dos? ¿Qué podremos decimos todavía? CRISTINA: Muchas cosas.

KROGSTAD: No lo hubiera creído jamás.

CRISTINA: Es que usted no me ha comprendido bien nunca.

KROGSTAD: No había mucho que comprender; esas cosas ocurren diariamente. La mujer sin corazón despide al hombre con quien está en relaciones cuando encuentra otro partido más ventajoso.

CRISTINA: ¿Me cree usted, pues, falta de corazón enteramente? ¿Supone que no me costó nada el rompimiento?

KROGSTAD: Sin duda.

CRISTINA: ¿Ha creído eso realmente, Krogstad?

KROGSTAD: Si no era así, ¿por qué me escribió usted como lo hizo?

CRISTINA: No podía actuar de otro modo. Decidida a romper, debía arrancar de su corazón todo lo que sintiera por mí.

KROGSTAD (Frotándose las manos): ¡Ah! ¡Eso es!... Y todo por el vil interés.

CRISTINA: No debe usted olvidar que yo tenía entonces que sostener a mi madre y a dos hermanos pequeños. No podíamos esperar a usted, que sólo tenía entonces esperanzas tan remotas...

KROGSTAD: Aun suponiendo que fuera así, usted no tenía derecho a rechazarme por otro.

CRISTINA: No lo sé. Muchas veces me lo he preguntado.

KROGSTAD (Bajando la voz): Cuando la perdí a usted, creí que me faltaba el suelo. Míreme: soy como un náufrago asido a una tabla.

CRISTINA: Quizás esté próxima la salvación.

KROGSTAD: La tenía ya, y usted ha venido a quitármela.

CRISTINA: Yo he sido ajena a la cuestión, Krogstad. Hasta hoy no he sabido que la persona a quien iba a sustituir en el Banco era usted.

KROGSTAD: Lo creo, puesto que me lo dice; pero ahora que lo sabe, ¿no renunciará al cargo?

CRISTINA: No, porque a usted no le serviría de nada.

KROGSTAD: ¡Ah! ¡Bah! Yo, en el lugar de usted, lo haría de todos modos.

CRISTINA: He aprendido a obrar juiciosamente. Me lo han enseñado la vida y la dura necesidad.

KROGSTAD: Pues a mí la vida me ha enseñado a no dar crédito a las palabras.

CRISTINA: En eso le ha dado a usted una sabia lección, pero ¿cree usted en los hechos?

KROGSTAD: Tengo buenas razones para hablar así.

CRISTINA: Yo también soy un náufrago asido a una tabla; no tengo a nadie a quien consagrarme, a nadie que necesite de mí.

KROGSTAD: Usted lo ha querido.

CRISTINA: No podía elegir.

KROGSTAD: ¿A dónde quiere usted ir a parar?

CRISTINA: ¿Qué le parece a usted si esos dos náufragos se tendieran la mano?

KROGSTAD: ¿Qué dice usted?

CRISTINA: ¿No vale más juntarse en la misma tabla?

KROGSTAD: ¡Cristina!

CRISTINA: ¿Cuál supone usted que es el motivo que me ha traído a esta ciudad?

KROGSTAD: ¿Habría usted acaso pensado en mí?

CRISTINA: Necesito trabajar para poder soportar la existencia. Toda mi vida, hasta donde alcanzan mis recuerdos, la he pasado trabajando. Era mi mayor y mi única alegría. Ahora me encuentro sola en el mundo, y advierto un vacío horrible. No pensar más que en sí misma quita todo atractivo al trabajo. Vamos, Krogstad, dígame usted por quién y por qué voy a trabajar.

KROGSTAD: No le creo; eso no es más que orgullo de mujer que se exalta y desea sacrificarse.

CRISTINA: ¿Me ha visto usted alguna vez exaltada?

KROGSTAD: ¿Sería usted capaz de hacer lo que dice? ¿Conoce todo mi pasado?

CRISTINA: Sí.

KROGSTAD: ¿Conoce usted mi reputación, lo que se dice de mí?

CRISTINA: Sí, lo he comprendido bien hace poco. Usted supone que yo habría podido salvarlo.

KROGSTAD: Estoy seguro de ello.

CRISTINA: ¿No se puede reparar todo?

KROGSTAD: ¡Cristina! ¿Ha pensado usted bien lo que dice? Sí, lo veo en su cara. ¿De modo que tendría el valor...?

CRISTINA: Yo necesito alguien a quien servir de madre, y los hijos de usted necesitan madre. Nosotros también nos sentimos inclinados el uno hacia el otro. Tengo fe en lo que hay en el fondo de usted, Krogstad... Con usted nada me asustará.

KROGSTAD (Estrechándole las manos): ¡Gracias, Cristina gracias!... Ahora es preciso que me levante a los ojos del mundo, y sabré hacerlo. ¡Ah! Pero me olvidaba... (La música ejecuta la tarantela).

CRISTINA (Escuchando): ¡Silencio! ¡La tarantela! ¡Váyase usted, váyase enseguida!

KROGSTAD: ¿Por qué?

CRISTINA: ¿Oye usted esa música? Es que concluye el baile, y van a volver.

KROGSTAD: Bien, me marcho. Ya todo es inútil. Usted no sabe, por supuesto, el paso que he dado contra los Helmer.

(Andrea - Juan Benitez)

CRISTINA: Por lo contrario, Krogstad, lo conozco.
KROGSTAD: ¿Y tenía el valor de...?
CRISTINA: Sé lo que puede la desesperación en una persona como usted. KROGSTAD: ¡Oh! ¡Si pudiera deshacer mi obra!
CRISTINA: Puede usted: su carta está todavía en el buzón.
KROGSTAD: ¿Está usted segura?
CRISTINA: Lo sé, pero...

KROGSTAD (Mirándola fijamente): ¿Es ésa la explicación? ¿Desea usted salvar a su amiga a todo precio? Haría usted mejor en confesarlo francamente. ¿Es así?

CRISTINA: Krogstad, cuando una persona se ha vendido una vez por salvar a alguien, no reincide.

KROGSTAD: Voy a pedir mi carta.

CRISTINA: Nada de eso.

KROGSTAD: ¡Vaya! No faltaba más. Espero la vuelta de Helmer para decirle que deseo recuperar mi carta... que no trata más que de mi cesantía... que no necesita leerla...

CRISTINA: No, Krogstad, no pida usted la carta.

KROGSTAD: Pero, sin embargo... ¿no es por eso realmente por lo que me ha hecho usted venir aquí?

CRISTINA: Durante las últimas 24 horas han ocurrido aquí cosas increíbles, y es conveniente que Helmer lo sepa todo; ese fatal misterio debe disiparse. Hace falta que se expliquen: basta de embustes y de evasivas.

KROGSTAD: Bien, si usted lo toma por su cuenta... Pero hay algo que hacer en todo caso y que importa hacer enseguida...

CRISTINA (Escuchando): ¡Despáchese usted! ¡Váyase!... El baile ha terminado, y no estamos ya seguros.

KROGSTAD: Espero a usted abajo.

CRISTINA: Conforme. Me acompañará usted hasta la puerta de mi casa.

KROGSTAD: Jamás he sido tan feliz. (Sale por la puerta exterior. La del recibidor sigue abierta hasta el fin).


ESCENA II. (Sabrina - Gian  - Cristina)

CRISTINA (Arregla un poco la escena y prepara su abrigo y su sombrero): ¡Qué porvenir! ¡Qué nueva perspectiva! Tengo por quien trabajar, tengo por quien vivir, tengo un hogar que cuidar. ¡Ah! Voy a empezar una nueva vida. (Escuchando) Ya vienen. Pronto, el abrigo. (Toma el sombrero y el abrigo. Se oyen las voces de Helmer y de Nora. Esta, vestida de napolitana y con chal, entra casi a la fuerza obligada por Helmer, que viste y va cubierto con un dominó1).

NORA (En la puerta, resistiéndose): No, no, no, no quiero entrar; voy a subir otra vez, no quiero retirarme tan pronto.

HELMER: Vamos a ver, querida Nora.

NORA: ¡Ah! Por favor, Torvaldo. ¡Te lo suplico!... ¡Sólo una hora!

HELMER: Ni un minuto, Norita. Sabes lo convenido. Vamos, entra, te estás enfriando aquí. (La obliga a entrar).

CRISTINA: ¡Buenas noches!

NORA: ¡Cristina!

page84image3775472

Dominó: Disfraz compuesto de una túnica larga y capucha, generalmente negro.

HELMER: ¡Qué! ¿Es la señora? ¿Usted aquí tan tarde?

CRISTINA: Perdónenme, tenía tantos deseos de ver a Nora vestida.

NORA: ¿Me has esperado aquí todo este tiempo?

CRISTINA: Sí. Vine muy tarde, desgraciadamente; habías subido ya, y no he querido irme sin verte.

HELMER (Quitando el chal a Nora): Entonces mírela bien. Me parece que vale la pena. Está hermosa, ¿no es verdad, señora?

CRISTINA: Muy encantadora. ¡Ya lo creo!

HELMER: Maravillosamente linda, ¿no es cierto? Era también la opinión de todo el mundo allá arriba. Pero ¡qué testaruda esta criatura! ¿Qué hacer contra eso? ¿Quiere usted creer que he tenido que emplear casi la fuerza para sacarla del baile?

NORA: ¡Ah! Torvaldo. Te arrepentirás de no haberme concedido media hora siquiera.

HELMER: Figúrese usted, señora. Baila la tarantela; obtiene un éxito loco y bien merecido, aunque acaso ha hecho alarde de demasiada naturalidad, es decir, de alguna más que la que permitían las exigencias del arte. Pero, en fin, lo principal es que ha obtenido un éxito, un éxito colosal. ¿Debía permitirle permanecer allí después? Hubiera disminuido el efecto. ¡En eso estaba yo pensando! Tomé del brazo a mi linda chiquilla de Capri, a mi niña caprichosa, podría decir, vuelta al salón en seguida; saludos a derecha e izquierda, y, como se dice en las novelas... se desvaneció la bella sombra. En los desenlaces es indispensable el efecto, señora, y no puedo hacérselo comprender a Nora. ¡Uf! ¡Qué calor hace aquí! (Arroja el dominó en una silla y abre la puerta del despacho) ¿Cómo? ¿No hay luz? ¡Ah! Es verdad, usted perdone. (Entra y enciende dos luces).

NORA (Muy bajo; precipitadamente): ¿Qué hay? CRISTINA: He hablado con él.
NORA: ¿Y...?

CRISTINA: Nora... tienes que confesarle todo a tu marido.

NORA (Con voz desfallecida): Lo sabía.

CRISTINA: No tienes nada que temer de Krogstad, pero debes hablar.

NORA: No hablaré.

CRISTINA: En ese caso, hablará la carta por ti.

NORA: Gracias, Cristina. Ya sé ahora lo que tengo que hacer, ¡Silencio!...

HELMER (Entrando): ¿Conque la ha admirado usted bien, señora?

CRISTINA: Sí, y ahora ya puedo marcharme.

HELMER: ¿Ya? ¿Es de usted este tejido?

CRISTINA (Tomando un trozo de media que Helmer le entrega): Gracias; lo había olvidado.

HELMER: ¿Hace usted tejidos? CRISTINA: Sí, señor.
HELMER: Debería usted bordar. CRISTINA: ¿Y por qué?

HELMER: Es más bonito. Mire usted: se tiene el bordado en la mano izquierda, así, y se lleva la aguja con la mano derecha, de este modo... Usted ve esta curva prolongada y ligera que se hace... ¿verdad?

CRISTINA: Sí, así es.

HELMER: Mientras que tejer... eso es feo siempre. Vea usted los brazos pegados al cuerpo... las agujas yendo de abajo arriba y de arriba abajo... Parece trabajo de chinos... ¡Ah! ¡Qué champaña tan excelente han servido!

CRISTINA: ¡Buenas noches, Nora, y no seas terca!

HELMER: Bien dicho, señora.

CRISTINA: Buenas noches, señor director.

HELMER (Acompañándola hasta la puerta): Buenas noches, buenas noches; supongo que sabrá usted el camino. Yo con mucho gusto... pero está tan cerca. ¡Buenas noches, buenas noches! (Sale Cristina. Helmer cierra la puerta).


ESCENA III.  (Sara - Gustavo)

HELMER: ¡Gracias a Dios que se fue! Es fastidiosa la mujer. NORA: ¿No estás muy cansado, Torvaldo?
HELMER: No, ni pizca.
NORA: ¿No tienes sueño tampoco?

HELMER: Por lo contrario, estoy tan despabilado. Pero ¿y tú? Es verdad: tú tienes cansancio y sueño.

NORA: Sí, estoy muy fatigada, y tengo seguridad de que me dormiré enseguida.

HELMER: ¿Ves cómo tenía razón para no querer estar más tiempo en el baile?

NORA: Tú tienes siempre razón en todo.

HELMER (Besándola en la frente): Vamos, la alondra empieza a hablar sensatamente. Pero, dime, ¿has observado qué alegre estaba Rank esta noche?

NORA: ¿Sí? No tuve ocasión de hablarle.

HELMER: Yo apenas le he hablado; pero hace mucho tiempo que no lo veía de tan buen humor. (La mira un instante y se acerca). Pero ¡qué bueno es volver a encontrarse uno en su casa, estar solo contigo!... ¡Oh! ¡Qué hermosa, qué embriagadora mujercita!

NORA: No me mires de ese modo, Torvaldo.

HELMER: ¡No voy a mirar mi más caro tesoro!, ¡este esplendor que es mío, nada más que mío, completamente mío!

NORA (Yéndose al otro lado de la mesa): No me hables así esta noche.

HELMER (Siguiéndola): Aún te retoza la tarantela en la sangre, según veo, y con eso estás más seductora. ¡Oye! Se van los invitados. (Bajando la voz) Nora, pronto quedará la casa en silencio.

NORA: Sí, así lo espero.

HELMER: ¿Verdad adorada Nora? ¡Oh! Cuando estamos en sociedad como esta noche... ¿Sabes por qué te hablo tan poco, por qué permanezco lejos de ti, limitándome a dirigirte alguna que otra mirada? ¿Sabes por qué? Pues porque me gusta imaginar que eres mi amor secreto, mi joven, mi misteriosa prometida, y que todos lo ignoran.

NORA: Si, si, si, ya sé que todos tus pensamientos son para mí.

HELMER: Y, al salir, cuando te coloco el chal sobre los hombros delicados y juveniles, cuando oculto esa nuca maravillosa, me figuro que eres mi joven desposada, que volvemos de la boda, que te traigo por primera vez a mi casa, y que, al fin, vamos a estar solos... ¡Voy a estar solo contigo, con mi tierna beldad temblorosa! Toda esta velada no he hecho otra cosa que suspirar por ti. Cuando te vi hacer como que perseguías... cuando vi tus movimientos provocativos bailando la tarantela... empezó a hervirme la sangre, no pude resistir más y te saqué precipitadamente...

NORA: Vete, Torvaldo. Déjame. No me gusta eso.

HELMER: ¿Pero qué es esto? Tú te burlas de mí, Norita. ¿Que no quieres, dices? ¿No soy tu marido? ¿No eres mi encantadora mujercita?... (Llaman a la puerta de afuera).

NORA (Estremeciéndose): ¿Has oído? HELMER (Pasando al recibidor): ¿Quién es?


ESCENA IV.  (Caterina - Luca - José)

RANK (Desde dentro): Soy yo, ¿puedo entrar un momento?

HELMER (Malhumorado): ¿Qué querrá ahora? Espera un poco. (Va a abrir). Vamos, es una atención de tu parte que no pases por nuestra puerta sin llamar.

RANK: Me pareció oír tu voz, y se me ha ocurrido entrar un momento. (Dirigiendo una ojeada en torno de él) He aquí el hogar familiar y amado. Ustedes disfrutan en su casa de paz y bienestar. ¡Qué felices son!

HELMER: Pues tú también parecía que estabas en el baile muy a gusto.

RANK: Me divertía extraordinariamente. ¿Y por qué no? ¿Por qué no disfrutar de todo en la vida? Al menos mientras y hasta donde se pueda. El vino era exquisito...

HELMER: Sobre todo el champaña.

RANK: ¿Te fijaste tú también? Es increíble lo que he bebido.

NORA: Torvaldo ha tomado mucho champaña esta noche.

RANK: ¿De veras?

NORA: Sí, y eso lo pone siempre tan divertido...

RANK: ¡Caramba! ¿Por qué no ha de pasarse bien la noche después de un día bien empleado?

HELMER: ¿Bien empleado? Hoy, por desgracia, no puedo decir eso. RANK (Golpeándole en el hombro): Pues yo sí, ¿lo oyes?
NORA: Doctor Rank, usted ha debido estudiar hoy algún caso científico. RANK: Precisamente.

HELMER: ¡Hombre, hombre; miren ustedes! ¡Norita hablando de casos científicos!

NORA: ¿Y se le puede felicitar por el resultado?

RANK: Sin duda alguna.

NORA: ¿Un éxito?

RANK: El mejor para el médico, lo mismo que para el enfermo: la certidumbre.

NORA (Vivamente, dirigiéndole una mirada escudriñadora): ¿La certidumbre?

RANK: Una certidumbre absoluta. Después de eso, ¿no tenía derecho a pasar alegremente la velada?

NORA: Sí, doctor.

HELMER: Opino lo mismo, siempre que no lo pagues mañana.

RANK: Todo se paga en la vida.

NORA: Doctor... a usted le deben gustar mucho las máscaras. 

RANK: Sí, cuando se ven muchos trajes estrambóticos.

NORA: ¿Y qué disfraz vamos a ponernos cuando nos vistamos de máscaras usted y yo?

HELMER: ¡Loca! ¡Pues ya está pensando en otro baile!

RANK: ¿Usted y yo? Le diré: usted irá de mascota.

HELMER: Bien, pero, a ver, un traje bonito de mascota.

RANK: Tu mujer puede presentarse tal y como la vemos todos los días.

HELMER: ¡Mucho! Pero, ¿y tú?, ¿tienes algún pensamiento respecto a tu disfraz?

RANK: Eso, amigo mío, ya es cosa resuelta. HELMER: Veamos.

RANK: En el próximo baile de máscaras seré invisible.

HELMER: ¡Esa sí que es broma!

RANK: Hay un gran sombrero... ¿Has oído tú hablar de un sombrero que hace invisible a la persona? Se lo pone uno en la cabeza, y nadie lo ve.

HELMER (Reprimiendo la risa): Bien, bien, tienes razón.

RANK: Pero olvidaba por completo a qué he venido. Helmer, dame un cigarro, uno de tus habanos negros.

HELMER: Con mucho gusto. (Le presenta la cigarrera).
NORA (Encendiendo una cerilla): Permítame que lo encienda.
RANK: ¡Gracias! (Nora acerca la cerilla y él lo enciende). Y ahora, ¡adiós! HELMER: ¡Adiós, adiós, amigo mío!
NORA: Que descanse usted, doctor.
RANK: Gracias por el buen deseo.
NORA: Pues deséeme lo mismo.

RANK: ¿A usted? ¡Vaya! Puesto que usted lo quiere ¡Que duerma usted bien! Y gracias por el fuego. (Los saluda con un movimiento de cabeza y se va).


ESCENA FINAL. (Isabella -Gian)

HELMER (En voz baja): Ha bebido mucho.

NORA (Distraída): Es muy posible. (Helmer saca unas llaves del bolsillo y pasa al recibidor). ¿Qué vas a hacer, Torvaldo?

HELMER: Desocupar el buzón; está atestado y no van a caber los periódicos mañana...

NORA: ¿Vas a trabajar esta noche?

HELMER: De ningún modo... ¿Qué es esto? Han andado en la cerradura.

NORA: ¿En la cerradura?

HELMER: Sin duda. ¿Qué significa esto? No puedo creer que las muchachas... Aquí hay un trozo de aguja de cabello. Nora, es una de las tuyas.

NORA (Con viveza): Quizá los niños...

HELMER: Es preciso que les quites esa costumbre. ¡Hum! Vamos, ya está abierto de todos modos. (Saca el contenido del buzón y llama). ¡Elena!... ¡Elena! Apague usted la luz de la entrada. (Entra con las cartas en la mano y cierra la puerta del recibidor). Mira, ¿ves cuántas? (Examina los sobres). ¿Qué es esto?

NORA (En la ventana): ¡Esa carta! ¡No, no, Torvaldo!

HELMER: Dos tarjetas de visita... de Rank.

NORA: ¿Del doctor?

HELMER (Mirándolas): Rank, doctor en medicina. Estaban sobre las cartas... Las habrá depositado en el buzón al salir.

NORA: ¿Tienen algo escrito?

HELMER: Hay una cruz grande encima del nombre. Mira. ¡Qué broma de tan mal gusto! Es como si diera parte de su muerte.

NORA: Es lo que hace efectivamente.

HELMER: ¿Qué? ¿Qué sabes? ¿Te ha dicho algo?

NORA: Sí. Las tarjetas significan que se ha despedido de nosotros para siempre. Va a, encerrarse a morir.

HELMER: ¡Pobre amigo mío! Ya sabía que no había de vivir mucho tiempo; pero tan pronto... Y va a ocultarse como un animal herido.

NORA: Si ha de ocurrir, vale más que sea en silencio. ¿Verdad, Torvaldo?

HELMER (Paseando): Era como de la familia. No puedo aceptar la idea de su pérdida. Con sus padecimientos y su genio retraído, constituía como el fondo de sombra en el cuadro soleado de nuestra felicidad... En fin, quizá sea preferible... Al menos para él. (Se detiene). Y acaso también para nosotros, Nora. Ahora estamos consagrados exclusivamente el uno al otro. (La abraza). ¡Ah! Mujercita adorada. Nunca te estrecharé bastante. Mira, Nora... quisiera que te amenazara algún peligro para poder exponer mi vida, para dar mi sangre, para arriesgarlo todo, todo por protegerte.

NORA (Desprendiéndose, con voz firme y resuelta): Lee las cartas, Torvaldo.

HELMER: No, esta noche no... Deseo quedarme contigo, con mi idolatrada mujercita.

NORA: ¿Con la idea de la muerte de tu amigo?...

HELMER: Tienes razón. A los dos nos ha afectado. Se ha interpuesto entre nosotros la idea de la muerte y de la disolución. Tenemos que hacer algo por olvidarla. Hasta entonces... Nos retiraremos cada uno a nuestro aposento.

NORA (Arrojándose a su cuello): ¡Buenas noches, Torvaldo... buenas noches!

HELMER (Besándola en la frente): ¡Buenas noches, avecilla cantora! Duerme en paz. Voy a leer las cartas. (Pasa a su habitación llevándose las cartas y cierra la puerta).

NORA (Tanteando alrededor de sí, con ojos extraviados, toma el dominó de Helmer y se cubre con él, diciendo con voz breve, incoherente y sacudida): ¡No volver a ver lo jamás! ¡Jamás, jamás, jamás! ¡Y los niños... no; volver a verlos tampoco!... ¡Oh! Aquella agua helada negra... aquel abismo... aquel abismo sin fondo... ¡Ah! ¡Si siquiera hubiese pasado ya!... Ahora la toma, la lee. No, no, todavía no. ¡Adiós, Torvaldo!... ¡Adiós, hijos! (Se precipita hacia la puerta; pero, en el mismo momento, Helmer abre violentamente la de su habitación y aparece con una carta en la mano).

HELMER: ¡Nora!

NORA (Lanzando un grito penetrante): ¡Ah!

HELMER: ¿Qué significa?... ¿Sabes lo que dice esta carta?

NORA: Sí, lo sé. ¡Deja que me vaya! ¡Déjame salir!

HELMER (Deteniéndola): ¿Dónde vas?

NORA (Tratando de desasirse): No debes salvarme, Torvaldo.

HELMER (Retrocediendo): ¡Entonces, es cierto! ¿Dice la verdad esta carta? ¡Qué horror! No, no es posible, no puede ser.

NORA: Es la verdad. Te he amado por sobre todas las cosas en el mundo. HELMER: ¡Eh! Dejémonos de tonterías.
NORA (Dando un paso hacia él): ¡Torvaldo!...
HELMER: ¡Desgraciada! ¿Qué has tenido valor de hacer?

NORA: Déjame salir. No has de llevar el peso de mi falta, tú no has de responder por mí.

HELMER: ¡Basta de comedias! (Cierra la puerta del recibidor). Te quedarás ahí, y me darás cuenta de tus actos. ¿Comprendes lo que has hecho? Di, ¿lo comprendes?

NORA (Le mira con expresión creciente de rigidez y dice con voz opaca): Sí, ahora empiezo a comprender la gravedad de las cosas.


HELMER (Paseándose agitado): ¡Oh! Terrible despertar. ¡Durante ocho años... ella, mi alegría y mi orgullo... una hipócrita, una embustera!... Todavía peor: ¡una criminal! ¡Qué abismo de deformidad! ¡Qué horror! (Deteniéndose ante Nora, que continúa muda, le mira fijamente). Yo habría debido presentir que iba a ocurrir alguna cosa de esta índole. Habría debido preverlo. Con la ligereza de principios de tu padre... tú has heredado esos principios. ¡Falta de religión, falta de moral, falta de todo sentimiento del deber!... ¡Oh! Bien castigado estoy por haber tendido un velo sobre, su conducta. Lo hice por ti, y éste es el pago que me das.

NORA: Sí, así es.

HELMER: Has destruido mi felicidad, aniquilado mi porvenir. No puedo pensarlo sin estremecerme. Te has puesto a merced de un hombre sin escrúpulos, que puede hacer de mí cuanto le plazca, pedirme lo que quiera, disponer y mandar lo que guste sin que me atreva a respirar. Así quedaré reducido a la impotencia, echado a pique por la ligereza de una mujer.

NORA: Cuando yo haya abandonado este mundo, estarás libre.


(Clarissa - Juan Benitez)


HELMER: ¡Ah! Déjate de expresiones huecas. Tu padre tenía también una lista de ellas. ¿Qué ganaría con que abandonaras el mundo? Nada. A pesar de eso, podría trascender el caso, y quizá se sospechara que yo había sido cómplice de tu criminal acción. Podría creerse que fui el instigador, el que te indujo a hacerlo. Y esto te lo debo a ti, a quien he llevado en brazos a través de nuestra vida conyugal. ¿Comprendes la gravedad de lo que has hecho?

NORA (Tranquila y fría): Sí.

HELMER: Esto es tan increíble, que no vuelvo de mi asombro; pero hay que tomar un partido. (Pausa). Quítate ese dominó. ¡Que te lo quites, digo! (Pausa). Tengo que complacerlo de una o de otra manera. Se trata de ahogar el asunto a todo trance. Y, en cuanto a nosotros, como si nada hubiese cambiado. Por supuesto, hablo sólo de las apariencias, y, por consiguiente, seguirás viviendo aquí, lógicamente; pero te está prohibido educar a los niños... no me atrevo a confiártelos. ¡Ah! Tener que hablar de este modo a quien tanto he amado y a quien todavía... En fin, todo pasó, no hay más remedio. En lo sucesivo no hay que pensar ya en la felicidad, sino sólo en salvar restos, ruinas, apariencias... (Llaman a la puerta. Helmer se estremece). ¿Qué es esto? ¡Tan tarde! ¿Será ya...? ¿Habrá ese hombre...? ¡Escóndete, Nora! Di que estás enferma. (Nora no se mueve. Helmer va a abrir la puerta).

ELENA (A medio vestir en el recibidor): Una carta para la señora.

HELMER: Démela. (Toma la carta y cierra la puerta). Sí, es de él; pero no la tendrás. Quiero leerla yo.

NORA: Léela.

HELMER (Aproximándose a la lámpara): Apenas me atrevo. Quizá seamos víctimas uno y otro. No, es preciso que yo sepa. (Abre apresuradamente la carta, recorre algunas líneas, examina un papel adjunto y lanza una exclamación de alegría). ¡Nora! (Nora interroga con la mirada). ¡Nora!... ¡No, tengo que leerlo otra vez!... ¡Sí! ¡Estoy salvado! ¡Nora, estoy salvado!

NORA: ¿Y yo?

HELMER: Tú también, naturalmente. Nos hemos salvado los dos. Mira. Te devuelve el recibo. Dice que lamenta, que se arrepiente... un suceso feliz que acaba de cambiar su existencia... ¡Eh! Poco importa lo que escribe. ¡Estamos salvados, Nora! Ya nadie puede inferirte el menor daño. ¡Ah! Nora, Nora... no, destruyamos ante todo estas abominaciones. Déjame ver... (Dirige una mirada al recibidor). No, no quiero ya ver nada; supondré que he tenido una pesadilla, y se acabó. (Rompe las dos cartas y el recibo, lo arroja todo a la chimenea y contempla cómo arden los pedazos). ¡Ya! Todo ha desaparecido. Te decía que desde las vísperas de Navidad tu... ¡Oh! ¡Qué tres días de prueba has debido pasar, Nora!

NORA: Durante estos tres días he sostenido una lucha violenta.

HELMER: Y te has desesperado; no veías más camino que... Olvidaremos por completo todos estos sinsabores. Vamos a celebrar nuestra liberación repitiendo continuamente: se ha concluido, se ha concluido. Pero óyeme, Nora, parece que no comprendes: se ha concluido. ¡Vamos! ¿Qué significa esa seriedad? ¡Oh! Pobrecilla Nora, ya comprendo... No aciertas a creer que te perdono. Pues créelo, Nora, te lo juro; estás completamente perdonada. Sé bien que todo lo hiciste por amor a mí.

NORA: Es verdad.

HELMER: Me has amado como una buena esposa debe amar a su marido; pero flaqueabas en la elección de los medios. ¿Crees tú que yo te quiero menos porque no puedas guiarte a ti misma? No, no, confía en mí: no te faltará ayuda y dirección. No sería yo hombre si tu capacidad de mujer no te hiciera doblemente seductora a mis ojos. Olvida los reproches que te dirigí en los primeros momentos de terror, cuando creía que todo iba a desplomarse sobre mí. Te he perdonado, Nora, te juro que te he perdonado.

NORA: ¡Gracias por el perdón! (Se va por la puerta de la derecha).

HELMER: No, quédate aquí... (La sigue con los ojos). ¿Por qué te diriges a la alcoba?

NORA (Dentro): Voy a quitarme el traje de máscaras.

HELMER (Cerca de la puerta, que ha quedado abierta): Bien, descansa, procura tranquilizarte, reponerte de esta alarma, pajarillo alborotado. Reposa en paz, yo tengo grandes alas para cobijarte. (Andando sin alejarse de la puerta). ¡Oh! Qué tranquilo y delicioso hogar el nuestro, Nora. Aquí estás segura; te guardaré como si fueras una paloma recogida por mí después de sacarla sana y salva de las garras del buitre. Sabré tranquilizar tu pobre corazón palpitante. Lo conseguiré poco a poco; créeme, Nora. Mañana verás todo de otra manera. Todo seguirá como antes. No necesitaré decirte a cada momento que te he perdonado, porque tú misma lo comprenderás indudablemente. ¿Cómo puedes creer que vaya a rechazarte ni a hacer cargos siquiera? ¡Ah! Tú no sabes lo que es un corazón que ama, Nora. ¡Es tan dulce, es tan grato para la conciencia de un hombre perdonar sinceramente! No es ya su esposa lo único que ve en el ser perdonado, sino también su hija. Así te trataré en el porvenir, criatura extraviada, sin brújula. No te preocupes por nada, Nora, sé franca conmigo nada más, y yo seré tu voluntad y tu conciencia. (Calla). ¿No te has acostado? ¿Te has vuelto a vestir?

NORA (Con su ropa habitual): Sí, Torvaldo, he vuelto a vestirme. 

HELMER: ¿Y para qué?
NORA: No pienso dormir esta noche.
HELMER: Pero, querida Nora...

NORA (Mirando el reloj): No es tarde todavía. Siéntate, Torvaldo, tenemos que hablar. (Se sienta junto a la mesa).

HELMER: Nora... ¿qué significa esto? ¿Por qué estás tan seria?

NORA: Siéntate. La conversación será larga. Tenemos mucho que decirnos.

HELMER (Sentándose frente a ella): Me tienes intranquilo, Nora. No te comprendo.

NORA: Dices bien; no me comprendes. Ni yo tampoco te he comprendido a ti hasta... esta noche. No me interrumpas. Oye lo que te digo... Tenemos que ajustar nuestras cuentas.

HELMER: ¿En qué sentido?

NORA (Después de una pausa): Estamos frente a frente. ¿No te llama la atención algo?

HELMER: ¿Qué quieres decir?

NORA: Hace ocho años que nos casamos. Piensa un momento: ¿no es ahora la primera vez que nosotros dos, marido y mujer, hablamos a solas seriamente?

HELMER: Seriamente, sí... pero ¿qué?

NORA: Ocho años han pasado... y más todavía desde que nos conocemos, y jamás se ha cruzado entre nosotros una palabra seria respecto de un asunto grave.

HELMER: ¿Iba a hacerte partícipe de mis preocupaciones, si no podías quitármelas?

NORA: No hablo de preocupaciones. Lo que quiero decir es que jamás hemos tratado de mirar en común al fondo de las cosas.

HELMER: Pero veamos, querida Nora, ¿era esa preocupación apropiada para ti?

NORA: ¡Este es precisamente el caso! Tú no me has comprendido nunca... Han sido muy injustos conmigo, papá primero, y tú después.

HELMER: ¿Qué? ¡Nosotros dos!... Pero ¿hay alguien que te haya amado más que nosotros?

NORA (Moviendo la cabeza): Jamás me amaron. Les parecía agradable estar en adoración delante de mi, ni más ni menos.

HELMER: Vamos a ver, Nora, ¿qué significa este lenguaje?

NORA: Lo que te digo, Torvaldo. Cuando estaba al lado de papá, él me exponía sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras distintas, las ocultaba; por que no le hubiera gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo como yo con mis muñecas. Después vine a tu casa.

HELMER: Empleas una frase singular para hablar de nuestro matrimonio.

NORA (Sin variar de tono): Quiero decir que de manos de papá pasé a las tuyas. Tú lo arreglaste todo a tu gusto, y yo participaba de tu gusto, o lo daba a entender; no puedo asegurarlo, quizá lo uno y lo otro. Ahora, mirando hacia atrás, me parece que he vivido aquí como los pobres... al día. He vivido de las piruetas que hacía para recrearte, Torvaldo. Eso entraba en tus fines. Tú y papá han sido muy culpables conmigo, y ustedes tienen la culpa de que yo no sirva para nada.

HELMER: Eres incomprensible e ingrata, Nora. ¿No has sido feliz a mi lado? NORA: ¡No! Creía serlo, pero no lo he sido jamás.
HELMER: ¡Que no... que no has sido feliz!

NORA: No, estaba alegre y nada más. Eras amable conmigo... pero nuestra casa sólo era un salón de recreo. He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos. Esto es lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo.

HELMER: Hay algo de cierto en lo que dices... aunque exageras mucho. Pero, en lo sucesivo, cambiará todo. Ha pasado el tiempo de recreo; ahora viene e de la educación.

NORA: ¿La educación de quién? ¿La mía o la de los niños?

HELMER: La tuya y la de los niños, querida Nora.

NORA: ¡Ay! Torvaldo. No eres capaz de educarme, de hacerme la esposa que necesitas

HELMER: ¿Y eres tú quien lo dice?
NORA: Y en cuanto a mí... ¿qué preparación tengo para educar a los niños? HELMER: ¡Nora!

NORA: ¿No lo has dicho tú hace poco?... ¿No has dicho que es una tarea que no te atreves a confiarme?

HELMER: Lo he dicho en un momento de irritación. ¿Ahora vas a insistir en eso?

NORA: ¡Dios mío! Lo dijiste claramente: Es una tarea superior a mis fuerzas. Hay otra que debo atender, y quiero pensar, ante todo, en educarme a mí misma. Tú no eres hombre capaz de facilitarme este trabajo, y necesito emprenderlo yo sola. Por eso voy a dejarte.

HELMER (Levantándose de un salto.): ¡Qué! ¿Qué dices?

NORA: Necesito estar sola para estudiarme a mí misma y a cuanto me rodea; así es que no puedo permanecer a tu lado.

HELMER: ¡Nora! ¡Nora!

NORA: Quiero marcharme ya. No me faltará albergue esta noche en casa de Cristina.

HELMER: ¡Has perdido el juicio! No tienes derecho a marcharte. Te lo prohíbo.

NORA: Tú no puedes prohibirme nada de aquí en adelante. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero recibir nada ahora ni nunca.

HELMER: Pero ¿qué locura es ésta?

NORA: Mañana salgo para mi país... Allí podré vivir mejor.

HELMER: ¡Qué ciega estás, pobre criatura sin experiencia!

NORA: Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.

HELMER: ¡Abandonar tu hogar, tu esposo, tus hijos!... ¿No piensas en lo que se dirá?

NORA: No puedo pensar en esas pequeñeces. Sólo sé que para mí es indispensable.

HELMER: ¡Ah! ¡Es irritante! ¿De modo que traicionarás los deberes más sagrados?

NORA: ¿A qué llamas tú mis deberes más sagrados?

HELMER: ¿Necesitas que te lo diga? ¿No son tus deberes para con tu marido y tus hijos?

NORA: Tengo otros no menos sagrados.

HELMER: No los tienes. ¿Qué deberes son ésos?

NORA: Mis deberes para conmigo misma.

HELMER: Antes que nada, eres esposa y madre.

NORA: No creo ya en eso. Ante todo soy un ser humano con los mismos títulos que tú... o, por lo menos, debo tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, Torvaldo, y que esas ideas están impresas en los libros; pero ahora no puedo pensar en lo que dicen los hombres y en lo que se imprime en los libros. Necesito formarme mi idea respecto de esto y procurar darme cuenta de todo.

HELMER: ¡Qué! ¿No comprendes cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tienes un guía infalible en estas cuestiones? ¿No tienes la religión?

NORA: ¡Ay! Torvaldo. No sé exactamente qué es la religión.

HELMER: ¿Que no sabes qué es?

NORA: Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen al prepararme para la confirmación. La religión es esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré esa cuestión como una de tantas, y veré si el pastor decía la verdad, o, por lo menos, si lo que me dijo era verdad respecto de mí.

HELMER: ¡Oh! ¡Es inaudito en una mujer tan joven! Pero si no puede guiarte la religión, déjame al menos sondear tu conciencia. Porque ¿supongo que tendrás al menos sentido moral? ¿O es que tampoco tienes eso? Responde.

NORA: ¿Qué quieres, Torvaldo? Me es difícil contestarte. Lo ignoro. No veo claro nada de eso. No sé más que una cosa y es que mis ideas son completamente distintas de las tuyas; que las leyes no son las que yo creía, y, en cuanto a que esas leyes sean justas, no me cabe en la cabeza. ¡No tener derecho una mujer a evitar una preocupación a su padre anciano y moribundo, ni a salvar la vida a su esposo! ¡Eso no es posible!

HELMER: Hablas como chiquilla. No comprendes a la sociedad de que formas parte.

NORA: No, no comprendo nada; pero quiero comprenderlo y averiguar de parte de quién está la razón: si de la sociedad o de mí.

HELMER: Tú estás enferma, tienes fiebre, y hasta casi creo que no estás en tu juicio.

NORA: Por lo contrario, esta noche estoy más despejada y segura de mí que nunca.

HELMER: ¿Y con esa seguridad y esa lucidez abandonas a tu marido y a tus hijos?

NORA: Sí.

HELMER: Eso no tiene más que una explicación.

NORA: ¿Qué explicación?

HELMER: ¡Ya no me amas!

NORA: Así es; en efecto, ésa es la razón de todo.

HELMER: ¡Nora!... ¿Y me lo dices?

NORA: Lo siento, Torvaldo, porque has sido siempre muy bueno conmigo... Pero ¿qué he de hacerle? No te amo ya.

HELMER (Esforzándose por permanecer sereno): De eso, por supuesto, ¿también estás completamente convencida?

NORA: Absolutamente. Y por eso no quiero estar más aquí. 

HELMER: ¿Y puedes explicarme cómo he perdido tu amor?

NORA: Muy sencillo. Ha sido esta misma noche, al ver que no se realizaba el prodigio esperado. Entonces he comprendido que no eras el hombre que yo creía.

HELMER: Explícate. No entiendo...

NORA: Durante ocho años he esperado con paciencia, porque sabía de sobra, Dios mío, que los prodigios no son cosas que ocurren diariamente. Llegó al fin el momento de angustia, y me dije con certidumbre: ahora va a realizarse el prodigio. Mientras la carta de Krogstad estuvo en el buzón, no creí ni por un momento que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre, sino qué, por lo contrario, le dirías: “Dígaselo a todo el mundo”. Y cuando eso hubiera ocurrido...

HELMER: ¡Ah, sí!... ¿Cuando yo hubiera entregado a mi esposa a la vergüenza y al menosprecio...?

NORA: Cuando eso hubiera ocurrido, yo estaba completamente segura de que responderías a todo diciendo: “Yo soy culpable”.

HELMER: ¡Nora!

NORA: Vas a decir que yo no hubiera aceptado semejante sacrificio. Es cierto. Pero ¿de qué hubiese servido mi afirmación al lado de la tuya?... ¡Pues bien!, ése era el prodigio que esperaba con terror, y, para evitarlo, iba a morir.

HELMER: Nora, con placer hubiese trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.

NORA: Lo han hecho millares de mujeres.

HELMER: ¡Eh! Piensas como una niña, y hablas del mismo modo.

NORA: Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado, no en cuanto al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú... todo lo olvidaste, y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes, y con más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él... ¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos.

HELMER (Sordamente): Lo comprendo; el hecho es indudable. Se ha abierto entre nosotros un abismo. Pero di si no puede repararse, Nora.

NORA: Como yo soy ahora, no puedo ser tu esposa.

HELMER: Yo puedo transformarme.

NORA: Quizá... si te quitan tu muñeca.

HELMER: ¡Separarse... separarse de ti! No, no, Nora, no puedo resignarme a la separación.

NORA (Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha): Razón de más para concluir. (Se va y vuelve con el abrigo, el sombrero y una pequeña maleta de viaje, que deja sobre una silla cerca de la mesa).

HELMER: Nora, todavía no, todavía no. Espera a mañana.

NORA (Poniéndose el abrigo): No puedo pasar la noche bajo el techo de un extraño.

HELMER: ¿Pero no podemos seguir viviendo juntos como hermanos?

NORA (Poniéndose el sombrero): Semejante tipo de vida no duraría mucho. (Poniéndose el chal sobre los hombros). Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en mejores manos que las mías. En mi situación actual... no puedo ser una madre para ellos.

HELMER: Pero ¿algún día, Nora... un día?
NORA: Nada puedo decirte, porque ignoro lo que será de mí. HELMER: Pero sea como sea, eres mi esposa.

NORA: Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío.

HELMER: ¿También eso? NORA: Sí.
HELMER: Toma.

NORA: Gracias. Ahora todo ha concluido. Ahí dejo las llaves. En lo que respecta a la casa, la doncella está enterada de todo... mejor que yo. Mañana, después de mi marcha, vendrá Cristina a guardar en un baúl cuanto traje al venir aquí, pues deseo que se me envíe.

HELMER: ¡Todo ha concluido! ¿No pensarás en mí jamás, Nora?

NORA: Seguramente que pensaré con frecuencia en ti y en los niños y en la casa.

HELMER: ¿Puedo escribirte, Nora? NORA: ¡No, jamás! Te lo prohíbo. HELMER: ¡Oh! Pero puedo enviarte... NORA: Nada, nada.

HELMER: Ayudarte, si lo necesitas.

NORA: ¡No! No puedo aceptar nada de un extraño.

HELMER: Nora... ¿ya no seré más que un extraño para ti?

NORA (Tomando la maleta de viaje): ¡Ah! Torvaldo. Se necesitaría que se realizara el mayor de los milagros.

HELMER: Di cuál.

NORA: Necesitaríamos transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay! Torvaldo. No creo ya en milagros.

HELMER: Pues yo sí quiero creer. Di: ¿deberíamos transformarnos los dos hasta el extremo de...?

NORA: Hasta el extremo de que nuestra unión fuera un verdadero matrimonio. ¡Adiós! (Se oye cerrar la puerta de la casa).

HELMER (Dejándose caer en una silla cerca de la puerta y ocultándose el rostro con las manos): ¡Nora, Nora! (Levanta la cabeza y mira en derredor suyo).

¡Se ha ido! ¡No verla más!... (Con vislumbre de esperanza.). ¡El mayor de los milagros! (Se va).

                                                                        FIN.


Contesta individualmente

1.- ¿Cómo evoluciona el personaje de Nora en la obra?