ACTO SEGUNDO.
La misma decoración. En ángulo, junto al piano, está el árbol de Navidad, despojado ya de todos los adornos. Sobre el sofá, el sombrero, los guantes y el abrigo de NORA.
ESCENA I. (ISABELLA)
NORA, yendo de un lado a otro con inquietud; al fin, se detiene junto al sofá, toma el abrigo, medita y vuelve a dejarlo.
NORA: ¡Alguien viene!... (Se dirige a la puerta y escucha). No, no hay nadie. No, no, no es para hoy, día de Navidad, ni mañana tampoco... Aunque es posible que... (Abre la puerta y mira hacia fuera). En el buzón tampoco hay nada; est· vacío. ¡Qué locura! No era seria la amenaza. No puede ocurrir semejante cosa. Tengo tres hijos. (Mariana entra por la izquierda con una caja grande de cartón).
ESCENA II. (MARIANA: Andrea/ Nora: Caterina)
MARIANA: Por fin encontré la caja del traje.
NORA: Está bien. Póngala sobre la mesa.
MARIANA (Lo hace): Quizá el traje no sirva como está.
NORA: ¡Ah! De buena gana lo haría mil pedazos.
MARIANA: ¡Ay, eso no! Puede arreglarse fácilmente; sólo se necesita un poco de paciencia.
NORA: Sí, iré a rogar a la señora de Linde que me ayude.
MARIANA: ¿Va a salir otra vez? ¿Con este tiempo tan malo? Se va a enfermar...
NORA: No sería lo peor que puede pasarme. ¿Qué hacen los niños?
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MARIANA: Los pobrecillos están jugando con los regalos de Navidad, pero...
NORA: ¿Hablan mucho de mí?
MARIANA: Están tan acostumbrados a no separarse de su mamá...
NORA: Sí, Mariana, pero, ya ve usted, a futuro no podré estar tanto con ellos.
MARIANA: Los niños se acostumbran a todo.
NORA: ¿Lo cree así? ¿Cree usted que si su mamá se marchara para siempre, la olvidarían?
MARIANA: ¡Dios mío! ¡Para siempre!
NORA: Dígame, Mariana... yo me he preguntado muchas veces una cosa. ¿Cómo tuvo usted valor para confiar su hijo a manos extrañas?
MARIANA: ¿Qué remedio me quedaba, teniendo que criar a Norita?
NORA: Sí, pero ¿cómo pudo usted decidirse?
MARIANA: ¡Como se trataba de un trabajo tan bueno! ¡Era mucha suerte para una muchacha que había tenido una desgracia! Porque el bribón no quería hacer nada en favor mío.
NORA: Seguramente su hija la habrá olvidado.
MARIANA: Ni pensarlo. Me escribió cuando fue su comunión, y luego, otra vez, cuando se casó.
NORA (Echándole los brazos al cuello): Mariana mía, usted fue una buena madre para mí, cuando yo era pequeña.
MARIANA: La pobre Norita no tenía más madre que yo.
NORA: Y si los niños llegaran a no tenerla tampoco, sé bien que usted... ¡Todo esto es hablar por hablar! (Abre la caja). Vaya usted con ellos. Yo tengo que... Ya verá usted qué hermosa me pongo mañana.
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MARIANA: En todo el baile no habrá otra más elegante que usted; eso es indudable. (Sale por la puerta de la izquierda).
NORA (Abriendo la caja, pero rechazándola enseguida): Si me atreviera a salir... Si tuviera la seguridad de que no vendrá nadie... Si supiera que no pasará nada en la casa mientras tanto... ¡Qué locura! No vendrá nadie. ¡Fuera pensamientos! Tengo que limpiar el chal. ¡Qué bonitos guantes! ¡A desechar estas ideas! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... (Lanza un grito). ¡Ah!, están ahí... (Intenta dirigirse a la puerta, y se queda indecisa. Entra Cristina, después de dejar el sombrero y el abrigo en el recibidor).
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ESCENA III. (Nora: Clarissa/ Cristina: Veronica)
NORA: ¡Ah! ¿Eres tú, Cristina? ¿No viene nadie más, verdad? ¡Qué oportunamente llegas!
CRISTINA: Supe que habías ido a buscarme.
NORA: Sí, pasaba precisamente por tu casa. Quería pedirte ayuda. Sentémonos en el sofá, y te diré de qué se trata. Mañana hay baile de trajes en el piso de arriba, en casa del cónsul Stenborg. Torvaldo desea que me disfrace de pescadora napolitana, y que baile la tarantela que aprendí en Capri.
CRISTINA: ¡Vaya! Vas a dar una función completa.
NORA: Sí, es deseo de Torvaldo. Aquí tienes el traje. Me lo mandó hacer Torvaldo; pero está tan estropeado que realmente no sé.
CRISTINA (Después de examinar el traje): Rápidamente se arregla. No tiene más que descosido el adorno por algunas partes. ¡Volando!, hilo y aguja. ¡Ah! Aquí hay de todo.
NORA: ¡Qué buena eres!
CRISTINA (Cosiendo): ¿Así es que te disfrazas mañana? Oye, vendré un momento a verte. ¡También yo!... No me he acordado de darte las gracias por la buena velada de ayer.
NORA (Levantándose y atravesando la habitación): Me parece que ayer no se estaba aquí tan bien como de costumbre. Debías haber llegado de fuera poco antes, Cristina... Torvaldo tiene la habilidad de hacer agradable la casa.
CRISTINA: Y tú también... no niegas que eres hija de tu padre. Pero, dime, ¿el doctor Rank continúa tan abatido como ayer?
NORA: No, ayer lo estaba más que de costumbre. El infeliz padece una afección terrible a la médula espinal. Su padre era un hombre repugnante, que tenía queridas y... todavía podría decirse algo más. Por eso él está enfermizo desde la infancia, como comprendes.
CRISTINA (Dejando caer la labor): Pero ¿quién te cuenta semejantes cosas, Nora?
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NORA: ¡Bah! ... Cuando una ha tenido tres hijos, recibe visitas de ciertas señoras que son medio médicas y cuentan muchas cosas.
CRISTINA (Reanuda la costura. Pausa): ¿Viene todos los días el doctor Rank?
NORA: Todos los días. Es nuestro mejor amigo. El doctor Rank es, por decirlo así, de la casa.
CRISTINA: ¿Es completamente sincero? Quiero decir... si es amigo de lisonjas.
NORA: Es todo lo contrario. ¿Por qué se te ocurre esa idea?
CRISTINA: Ayer, cuando me lo presentaste, aseguró que había oído aquí frecuentemente mi nombre, y, sin embargo, advertí luego que tu marido no tenía la menor noticia de mí. ¿Cómo se explica entonces que el doctor Rank haya podido...?
NORA: Tienes razón, Cristina. Torvaldo me ama extraordinariamente y quiere que yo sea sólo de él, como dice. Al principio le daba celos oírme hablar de las personas queridas que me rodeaban antes, y, por supuesto, me abstuve de hacerlo desde entonces, pero con el doctor Rank hablo a menudo de ellas. Le distrae oírme.
CRISTINA: Escúchame bien, Nora. Tú eres una niña en más de un sentido, yo tengo más edad que tú y alguna más experiencia y voy a darte un consejo a propósito del doctor Rank: te convendría poner fin a todo esto.
NORA: ¿Poner fin a qué?
CRISTINA: A muchas cosas. Ayer me hablabas de un adorador rico que deba proporcionarte dinero.
NORA: Es verdad; pero ese adorador no existe... por desgracia. ¿Qué otra cosa?
CRISTINA: ¿Es rico el doctor Rank? NORA: Sí, tiene cierta fortuna. CRISTINA: ¿Y familia?
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NORA: Ninguna; ¿pero...?
CRISTINA: ¿Y viene aquí diariamente?
NORA: Ya sabes que sí.
CRISTINA: ¿Y cómo comete esa falta de delicadeza un hombre caballeresco?
NORA: No te comprendo nada.
CRISTINA: No disimules, Nora. ¿Crees que no adivino a quién pediste los mil doscientos escudos?
NORA: ¿Estás loca? ¿Puedes creer de veras semejante cosa? ¡A un amigo, que viene aquí todos los días! ¡Sería una situación muy incómoda!
CRISTINA: Entonces, ¿de veras no es él?
NORA: ¡Claro que no! Ni un solo instante se me ha ocurrido semejante idea. Además, él no podía prestar dinero en aquella época: lo ha heredado después.
CRISTINA: Ha sido una suerte para ti, querida Nora.
NORA: No, mujer; jamás se me ocurriría la idea de pedir al doctor... Y eso que estoy segura de que si le pidiera...
CRISTINA: Pero, naturalmente, no lo harás.
NORA: Por supuesto. Tampoco creo que sea necesario; pero estoy segurísima de que si yo hablase al doctor Rank...
CRISTINA: ¿Sin saberlo tu esposo?...
NORA: Es necesario salir de esta situación. También yo di dinero sin que él lo supiera. Es preciso que esto concluya.
CRISTINA: Ya te lo decía ayer; pero...
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NORA (Yendo de un lado para otro): Un hombre puede resolver más fácilmente esta clase de asuntos que una mujer...
CRISTINA: Si hablas del marido, sí.
NORA: ¡Tonterías! (Se detiene). Cuando se ha pagado todo, ¿Se devuelve el recibo, no es eso?
CRISTINA: Naturalmente.
NORA: ¡Y puede romperse en mil pedazos y quemarse... el inmundo papel!
CRISTINA (La mira con fijeza; abandona la labor y se levanta lentamente): Nora, tú me ocultas algo.
NORA: ¿Me lo conoces en la cara?
CRISTINA: Desde ayer por la mañana ha ocurrido alguna cosa. Nora, dime de qué se trata.
NORA (Volviéndose hacia ella): ¡Cristina! (Escuchando). ¡Silencio! Torvaldo está ahí. Ve al cuarto de los niños. Torvaldo no puede ver coser. Di a Mariana que te ayude.
CRISTINA (Recogiendo parte de la labor): Bueno, pero no me iré hasta que me hayas contado todo francamente. (Mutis por la izquierda; al mismo tiempo entra Helmer por la puerta del recibidor.
ESCENA IV. (Nora: Sarah/ Helmer: Diego)
NORA (Yendo al encuentro de Helmer): ¡Con qué impaciencia te esperaba, querido Torvaldo!
HELMER: ¿Era la costurera?
NORA: No, era Cristina, que me está ayudando a arreglar el traje... ¡Ya verás qué impresión doy!
HELMER: Sí, he tenido una buena idea.
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NORA: ¡Magnífica! Pero también tengo el mérito de tratar de complacerte.
HELMER (Acariciándole la barbilla): ¿Mérito?... ¿Por complacer a tu marido? Vamos, vamos, loquilla, ya sé que no es eso lo que querías decir. Pero no quiero interrumpirte; tendrás que probarte el vestido, supongo.
NORA: ¿Y tú? ¿Vas a trabajar?
HELMER: Sí. (Enseña papeles). Mira. He ido al Banco. (Va a entrar en el despacho).
NORA: Torvaldo...
HELMER (Deteniéndose): ¿Decías...?
NORA: ¿Si la ardillita te suplicara encarecidamente una cosa...?
HELMER: ¿Que?
NORA: ¿La harías, di?
HELMER: Ante todo, necesito saber de qué se trata.
NORA: Si tú quisieras ser complaciente y amable, la ardillita brincaría y haría toda clase de monadas.
HELMER: Habla de una vez.
NORA: La alondra gorjearía en todos los tonos.
HELMER: La alondra no hace más que eso.
NORA: Bailaría para distraerte como las sílfides a la luz de la luna. HELMER: Nora... ¿no será aquello de que hablaste esta mañana?
NORA (Acercándose): Sí, Torvaldo... ¡Hazme este favor!
HELMER: ¿Y tienes valor para volver a hablar de ese asunto?
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NORA: Sí, sí, tienes que acceder, deseo que Krogstad conserve su puesto en el Banco.
HELMER: Mi querida Nora, he destinado esa plaza a la señora de Linde.
NORA: Te lo agradezco mucho; pero, bueno, no tienes más que dejar cesante a otro en vez de Krogstad
HELMER: ¡Eso es una terquedad que pasa de la raya! Porque ayer hiciste irreflexivamente una promesa, quieres que...
NORA: No es por eso, Torvaldo. Es por ti. Me has dicho que ese hombre escribe en los peores periódicos... ¡Podrá hacerte daño! ¡Me inspira un miedo espantoso!
HELMER: ¡Oh! Ya comprendo... Te acuerdas de otras épocas y te asustas. NORA: ¿A qué te refieres?
HELMER: Piensas evidentemente en tu padre.
NORA: Eso; sí. Acuérdate de todo lo que escribieron en los periódicos contra papá personas viles... y de todas las calumnias que lanzaron contra él. Creo que lo habrían destituido, de no haberte enviado a ti al ministerio para hacer el informe y de no haberte mostrado tan benévolo con él.
HELMER: Norita mía, existe una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era funcionario inatacable; yo sí, y espero continuar siéndolo mientras conserve mi posición.
NORA: ¡Oh! ¡Quién sabe de lo que son capaces de inventar las malas lenguas! ¡Podríamos vivir tan bien, tan tranquilos, tan contentos, en nuestro apacible nido, tú, los niños y yo! Por eso te lo suplico con tanta insistencia.
HELMER: Pues precisamente por hablarme tú en su favor, me es imposible acceder. Ya se sabe en el Banco que Krogstad va a quedar cesante, y si ahora se supiera que la mujer del nuevo director le ha hecho cambiar de opinión...
NORA: ¿Qué?
HELMER: No, poco importa, naturalmente, con tal que tú te salgas con la tuya. ¿Puedes querer que me ponga en ridículo a los ojos de todo el personal?...
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¿O dar a entender que soy accesible a toda clase de influencias extrañas? Puedes estar segura de que no tardarían en dejarse sentir las consecuencias. Y además, hay otra razón que hace imposible la permanencia de Krogstad en el Banco mientras yo sea director.
NORA: ¿Cuál?
HELMER: En lo que respecta a su mancha moral... yo en rigor hubiera podido ser indulgente...
NORA: ¿Sí, verdad, Torvaldo?
HELMER: Sobre todo después de saber que es un buen empleado; pero lo conozco hace mucho tiempo. Es una de esas amistades de la juventud, contraídas a la ligera, y que después nos estorban frecuentemente en la vida. Para decírtelo francamente: nos tuteamos. Y ese hombre tiene tan poco tacto, que no disimula en presencia de otras personas, sino que, por lo contrario, cree que tiene derecho a usar conmigo de un tono familiar, y siempre está tú por arriba, tú por abajo . Te juro que eso me molesta mucho, y haría intolerable mi situación en el Banco.
NORA: Torvaldo, tú no lo dirás en serio.
HELMER: Sí. ¿Por qué no?
NORA: Porque sería un motivo mezquino.
HELMER: ¿Qué dices? ¿Mezquino? ¿Me juzgas mezquino?
NORA: No, al revés, querido Torvaldo, y por eso...
HELMER: Es lo mismo. Tú dices que son mezquinos mis motivos; por consiguiente, debo serlo yo. ¿Mezquino? ¿De veras? Es hora de terminar con esto. (Llamando). ¡Elena!
NORA: ¿Qué vas a hacer?
HELMER (Buscando entre los papeles): A tomar una resolución. (Entra Elena).
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ESCENA V. (Helmer: Gustavo/ Elena: Sabrina)
HELMER: Tome usted esta carta. Salga enseguida a buscar un mozo para que la lleve. ¡Inmediatamente! Las señas van puestas. Tome usted el dinero.
ELENA: Bien, señor. (Sale con la carta).
ESCENA VI. (Helmer: Juan/ Nora: Cristina)
HELMER (Enrollando los papeles): Bien, señora terca.
NORA (Con voz ahogada): ¿Qué va en ese sobre?
HELMER: La cesantía de Krogstad.
NORA: ¡Recógela, Torvaldo! Todavía es tiempo. ¡Oh! Torvaldo, recógela! ¡Hazlo por mí... por ti, por los niños! ¡Oyeme, Torvaldo!... ¡haz eso! No sabes la desgracia que puede acarreamos a todos.
HELMER: Es demasiado tarde.
NORA: Sí, demasiado tarde.
HELMER: Querida Nora, te perdono esta angustia, aun cuando no sea otra cosa que una injuria a mí. ¡Sí, lo es! ¿No es una injuria creer que yo podría temer la venganza de un abogaducho perdido? Pero te lo perdono de todos modos, porque eso demuestra el gran cariño que me tienes. (La toma en brazos). Es preciso, adorada Nora. Suceda lo que suceda. En los momentos graves, tengo fuerzas y valor y asumo todas las responsabilidades.
NORA (Asustada): ¿Qué quieres decir?
HELMER: He dicho todas las responsabilidades.
NORA (Con acento firme): ¡Jamás, jamás harás eso!
HELMER: Bien, pues las compartiremos, Nora, como marido y mujer. Así debe ser. (Acariciándola). ¿Estás contenta ahora? Vamos, vamos, nada de miradas de paloma asustada. Todo es pura fantasía. Ahora debes tocar la tarantela y ensayarte en la pandereta. Yo me encerraré en mi despacho, y desde
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allí no oiré nada. Puedes hacer todo el ruido que quieras, y, cuando venga Rank, le dices dónde estoy. (Le hace una seña con la cabeza, entra al despacho llevando los papeles, y cierra la puerta).
PREGUNTAS DE ORIENTACION
1.-¿De qué manera se representa el paso del tiempo?
2.-¿De qué manera el autor comunica a la audiencia la angustia de Nora?
3.- ¿Qué otro motivo expresa Torvaldo para dar la cesantía a Krogstad?
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