ESCENA VII.
NORA (Sumamente angustiada, permanece inmóvil y dice a media voz): Sería capaz de hacerlo. Lo hará a pesar de todo. ¡Jamás, oh, jamás! ¡Antes cualquiera cosa!... ¡Valor!... ¡Un pretexto!... (Llaman). ¡El doctor Rank!... ¡Antes cualquiera cosa!, ¡cualquiera! (Se pasa la mano por la frente, procurando tranquilizarse, y va a abrir, la puerta de entrada. Se ve al doctor Rank colgando el abrigo. Empieza a anochecer). ¡Buenas tardes, doctor! Lo he conocido a usted por el modo de llamar. No entre usted ahora en el despacho de Torvaldo: está ocupado.
RANK: ¿Y usted?
NORA (En cuanto entra el doctor, ella cierra la puerta): ¡Oh!, ya sabe... para usted siempre tengo un momento.
RANK: ¡Gracias! Me aprovecharé mientras pueda.
NORA: ¿Cómo mientras pueda?
RANK: Sí. ¿Se asusta usted?
NORA: La frase es algo extraña. ¿Es que va a ocurrir algo?
RANK: Lo que he previsto hace mucho tiempo; pero no creía que fuera tan pronto.
NORA (Asiéndole de un brazo): ¿Qué sucede? ¿Qué le han dicho a usted? Doctor, tiene usted que contármelo.
RANK (Sentándose cerca de la chimenea): Estoy al fin de la pendiente. Ya no hay nada que hacer.
NORA (Aliviada). ¿Se trata de usted?
RANK: Pues, ¿de quién? ¿Para qué engañarme a mí mismo? Soy el más mísero de todos mis pacientes... Estos días he hecho el examen general de mi estado. ¡Es la bancarrota! Antes de un mes estaré quizá convertido en un puñado de tierra...
NORA: ¡Qué disparate! ¡Vaya una manera tan fea de hablar!
RANK: Es que la cuestión es horriblemente fea. Lo peor, sin embargo, son los horrores que han de preceder. No me queda más que hacerme un solo examen, y en cuanto lo haga, sabré poco más o menos cuándo empezará el desenlace. Deseo decirle una cosa: Helmer, con su temperamento delicado, tiene horror a todo lo feo. No quiero verlo en mi cabecera.
NORA: ¡Oh, pero, doctor!...
RANK: No quiero. Bajo ningún pretexto. Le cerraría la puerta de mi casa. Tan pronto como tenga la certidumbre de la catástrofe, le enviaré a usted mi tarjeta de visita señalada con una cruz negra, y así sabrá que ha empezado el desastre.
NORA: No, hoy está usted demasiado extravagante. Y yo tenía tanta necesidad de que estuviera usted de buen humor...
RANK: ¿Con la muerte ante los ojos?... (Pausa). ¿Y pagar por otro? ¿Es eso justicia? En cada familia hay de una u otra manera una venganza de ese tipo...
NORA: (Tapándose los oídos): ¡Silencio! ¡Estamos alegres, estamos alegres!
RANK: La verdad es que es cosa de risa. Mi espina dorsal, la pobre inocente, debe sufrir aún a causa de la alegre vida que hizo mi padre cuando era teniente.
NORA (A la izquierda, cerca del velador): ¿Le gustaban demasiado los espárragos y los pasteles, verdad?
RANK: Sí, y las trufas.
NORA: ¡Ah, sí!, las trufas, ¿y también las ostras?
RANK: Y las ostras, naturalmente.
NORA: Y tragos de oporto y de champaña... Es lamentable que todas esas cosas tan buenas ataquen la espina dorsal.
RANK: Especialmente cuando atacan a una infeliz espina dorsal que jamás disfrutó de ellas.
NORA: ¡Ah, sí!, ¡eso es lo más triste!
RANK (Mirándola atentamente): ¡Hum!...
NORA (Después de una pausa): ¿Por qué se sonríe usted?
RANK: Si es usted la que se ha sonreído.
NORA: No, doctor, le juro que ha sido usted.
RANK (Levantándose): Es usted más bromista de lo que suponía.
NORA: Es que hoy me encuentro tan dispuesta a decir locuras...
RANK: Ya se advierte.
NORA (Poniendo las manos sobre los hombros del doctor): Querido, querido doctor. No hay que morirse y abandonarnos a Torvaldo y a mí.
RANK: ¡Oh! Será una desgracia de que se consolarán ustedes pronto. ¡Se olvida con tanta facilidad a los que mueren!...
NORA (Mirándolo con inquietud): ¿Cree usted? RANK: Se adquieren nuevas relaciones, y después... NORA: ¿Que se adquieren nuevas relaciones?
RANK: Usted y Helmer lo harán así, tan pronto como yo desaparezca. Usted ya me parece que ha empezado. ¿Qué tenía que hacer aquí ayer de noche la señora de Linde?
NORA: ¡Ah!... no irá usted a tener celos de esa pobre Cristina.
RANK: Sí, los tengo. Será mi sucesora en la casa. Cuando yo muera, esa señora...
NORA: ¡Silencio! No hable tan alto, que está aquí. RANK: ¿También hoy? Ya lo ve usted.
NORA: Ha venido a arreglar mi traje. ¡Dios mío, qué incomprensible está usted hoy! (Sentándose en el sofá). Ahora hay que ser juiciosos, doctor. Mañana verá con qué gracia bailo y podrá usted decir que no lo hago más que por usted... sí, y por Torvaldo, ¡claro está! (Saca varias cosas de la caja). Doctor, venga a sentarse, para que le enseñe alguna cosa...
RANK (Sentándose): ¿Qué va a enseñarme? NORA: No tiene usted más que mirar... ¡Vea usted! RANK: Medias de seda.
NORA: Color de carne. ¿No son bonitas? Ahora está demasiado oscuro, pero mañana... No, no, no; usted no verá más que los pies. Sin embargo, si por casualidad viera usted algo más...
RANK: ¡Hum! ...
NORA: ¿Por qué me pone usted gesto de duda? ¿No cree que me quedarán bien?
RANK: ¿En qué debo fundarme?
NORA (Mirándola un momento): ¿No le da vergüenza? ¡Qué mala persona! (Sacudiéndole ligeramente una oreja con las medias). Esto es lo que usted merece. (Las vuelve a guardar la caja).
RANK: ¿Qué más maravillas hay que ver?
NORA: Ninguna, usted no tiene que ver ya nada, por no tener juicio. (Registra la caja tarareando).
RANK (Después de una breve pausa): Cuando estoy aquí con usted, no acierto a comprender... No, no comprendo qué hubiera sido de mí si no hubiese venido nunca a esta casa.
NORA (Sonriendo): La verdad es que se siente muy a gusto aquí.
RANK (Bajando la voz y mirando con fijeza hacia adelante): Y tener que abandonar todo esto...
NORA: ¡Tonterías! ¡Qué va a abandonamos usted!...
RANK (Como antes): Y no dejar tras sí el más leve motivo de gratitud... no dejar a lo sumo más que una pena pasajera... no dejar más que un puesto vacío, que podrá ocupar el primero que llegue.
NORA: ¿Y si yo le pidiera a usted...? No... RANK: ¿Si me pidiera usted qué?... NORA: Una gran prueba de cariño. RANK: Sí, ¿qué?
NORA: Es decir, un servicio inmenso.
RANK: ¿Me proporcionaría alguna vez esa gran alegría?
NORA: Sí, pero usted no puede suponer siquiera de qué se trata.
RANK: Vamos a ver. Hable.
NORA: No, no puedo, doctor; ¡es cosa tan enorme!, un consejo, una ayuda y un servicio a la vez...
RANK: Tanto mejor. No sospecho qué puede ser; pero concluya de hablar. ¿No tiene usted confianza en mí?
NORA: Como en nadie. Ya sé que es usted mi mejor y más leal amigo, y por eso voy a decírselo todo. Pues bien, doctor, tiene que ayudarme a evitar una cosa. Usted sabe lo que me quiere Torvaldo, que no vacilaría un instante en dar su vida por mí.
RANK (Inclinándose hacia ella): Nora... ¿Cree usted que él sea el único? NORA (Haciendo un ligero movimiento): ¿Cómo?
RANK: ¿El único que daría la vida con alegría por usted?
NORA (Tristemente): ¿Pero de veras?...
RANK: He jurado que lo sabría usted antes de morirme. Jamás hubiera encontrado mejor oportunidad. Sí, Nora, ya lo sabe usted, y es tanto como decirle que puede confiarse a mí como a nadie.
NORA (Levantándose tranquilamente): No siga...
RANK (Dejando paso, pero sin levantarse): ¡Nora!
NORA (En la puerta de entrada): Elena, trae la lámpara. (Dirigiéndose hacia la chimenea). ¡Oh! Querido doctor. ¡Qué mal hace!
RANK: ¿Es un mal haberla amado lo más profundamente que he podido?
NORA: No, sino haberlo confesado. Bastante era...
RANK: ¿Qué quiere usted decir? ¿Que lo sabía? (Entra la criada con la lámpara, la deja en la mesa y sale). Nora... señora... pregunto a usted si lo sabía.
NORA: ¿Que si yo?... No puedo decírselo a usted... ¡Cómo ha podido cometer tal torpeza, doctor! Iba todo tan bien...
RANK: En fin, ahora tiene usted la certidumbre de que estoy a su disposición en cuerpo y alma. ¿Quiere usted hablar?
NORA (Mirándolo): ¿Después de lo que acaba de declararme?
RANK: Por favor, dígame de qué se trata.
NORA: Asunto concluido. No sabrá usted nada.
RANK: ¡Sí, sí! No me castigue de ese modo. Déjeme ayudarla hasta donde sea humanamente posible.
NORA: Ahora ya no puede usted hacer nada por mí... Además, no necesito de nadie. Como usted comprenderá son simples caprichos, y no otra cosa. ¡Eso es evidente! (Se sienta en la mecedora y lo mira sonriendo). Realmente, es usted lo que se llama un pícaro redomado, doctor Rank. ¿No le da a usted vergüenza ahora que está encendida la lámpara y nos vemos las caras?
RANK: A decir verdad, no. Pero, ¿debo irme... para siempre?
NORA: Ni soñarlo. Vendrá usted, naturalmente, como antes, porque sabe bien que Torvaldo no puede pasarse sin usted.
RANK: Sí, pero ¿y Usted?
NORA: ¿Yo? Veo todo con tan buenos ojos cuando está usted aquí...
RANK: Eso es precisamente lo que me ha inducido a error. ¡Es usted un enigma! Me ha parecido muchas veces que usted se complacía en estar conmigo tanto como con Helmer.
NORA: Y es cierto, por que hay personas amadas y personas agradables.
RANK: Es verdad.
NORA: Cuando estaba en mi casa quería a papá sobre todo, naturalmente, pero mi mayor placer era bajar a escondidas al cuarto de las criadas, porque no me sermoneaban nunca y andaban siempre contándose unas a otras cosas tan divertidas...
RANK: ¡Ah! ¿De modo que he substituido a las criadas?
NORA (Levantándose con viveza y corriendo hacia él.): No, por Dios, querido doctor, no es eso lo que he querido decir; pero usted puede suponer que ahora me pasa con Torvaldo lo mismo que con papá.
ELENA (Saliendo del recibidor): ¡Señora! (Le habla al oído y le entrega una tarjeta).
NORA (Mirando la tarjeta): ¡Ah! (La guarda en el bolsillo). RANK: ¿Alguna cosa enojosa?
NORA: No, nada de eso; es... es mi nuevo traje...
RANK: ¿Cómo? ¡Pues si está ahí!
NORA: Bien, sí, ése; pero es otro. Lo he encargado yo... Torvaldo no sabe nada. . .
RANK: ¡Ah! Es ése entonces el gran secreto.
NORA: ¡Claro! Vaya usted corriendo al lado de Torvaldo y no lo deje venir...
RANK: Esté usted tranquila; no se me escapará. (Pasa a las habitaciones de Helmer).
NORA (A la doncella): ¿Y espera en la cocina?
ELENA: Sí, señora; ha subido por la escalera de servicio...
NORA: ¿No le has dicho que tenía visita?
ELENA: Sí, pero ha sido inútil.
NORA: ¿No ha querido marcharse?
ELENA: No, dice que no se irá hasta después de haber hablado con la señora.
NORA: Bien, pues, que pase, pero sin hacer ruido, y no se lo digas a nadie, Elena; es una sorpresa para el señor.
ELENA: Sí, sí, comprendo... (Se va).
NORA: ¡Va a estallar el trueno gordo! Aquí lo tenemos. ¡No, no, no, no puede, no debe ocurrir semejante cosa! (Cierra con llave la puerta del despacho de Helmer. Después entran la doncella y Krogstad, en traje de viaje, con botas recias y gorra de piel).
ESCENA VIII.
NORA (Adelantándose hacia Krogstad): Hable bajo, que está ahí mi marido. KROGSTAD: No hay inconveniente.
NORA: ¿Qué quiere usted?
KROGSTAD: Decirle una cosa.
NORA: ¡Hable pronto! ¿Qué desea decirme?
KROGSTAD: ¿Usted sabe que he recibido la cesantía?
NORA: No he podido evitarlo, señor Krogstad. He defendido su causa cuanto me ha sido posible, pero todos mis esfuerzos han resultado inútiles.
KROGSTAD: ¿Tan poco la ama a usted su marido? Sabe lo que puede ocurrir, y, a pesar de eso, se atreve...
NORA: ¿Cómo puede usted, suponer que lo sepa?
KROGSTAD: Realmente no lo he creído nunca, porque no es persona que tenga tanto valor mi buen Torvaldo Helmer.
NORA: Señor Krogstad, exijo que se respete a mi marido.
KROGSTAD: Se supone. Se le respeta cuanto corresponde. Pero, ya que pone tanto empeño en ocultar este asunto, me permito suponer que está usted mejor informada que ayer respecto de la gravedad de lo que hizo.
NORA: Mejor informada de lo que hubiera podido estarlo por usted. KROGSTAD: Efectivamente, un jurista tan malo como yo...
NORA: ¿Qué quiere usted?
KROGSTAD: Nada. Ver sólo cómo está señora. He pasado todo el día pensando en usted. Por más que uno sea un abogaducho, un... en fin, un sujeto como yo, no deja de tener algo que se llama corazón, después de todo.
NORA: Demuéstremelo usted; piense en mis hijos.
KROGSTAD: ¿Ha pensado en los míos su marido? Pero importa poco. Yo sólo quería decirle a usted que no tomara la cosa muy a lo trágico, pues, por el momento, no he de presentar acusación contra usted.
NORA: ¿No, verdad? Estaba segura.
KROGSTAD: Se puede terminar este asunto amistosamente, sin que se enteren otras personas. Todo puede quedar entre nosotros tres.
NORA: Mi marido no debe saber nada nunca...
KROGSTAD: ¿Cómo va usted a impedirlo? ¿Acaso puede pagar el resto de la deuda?
NORA: Inmediatamente, no.
KROGSTAD: ¿Ha encontrado quizá manera de adquirir dinero estos días?
NORA: No. Medio que se pueda emplear, ninguno.
KROGSTAD: Además, no le serviría a usted de nada: no le devolveré el pagaré ni por todo el dinero del mundo.
NORA: Explíqueme entonces cómo quiere utilizarlo.
KROGSTAD: Deseo conservarlo simplemente; tenerlo en mi poder; pero ningún extraño sabrá nada. De manera que si había pensado usted en alguna solución desesperada...
NORA: Sí que he pensado.
KROGSTAD: ...En abandonarlo todo y huir...
NORA: Lo he pensado, sí.
KROGSTAD: ...O en algo peor todavía...
NORA: ¿Cómo?
KROGSTAD: ...Renuncie a esas ideas.
NORA: Pero, ¿cómo sabe usted que las tenga?
KROGSTAD: Casi todos las tenemos al principio. Yo las tuve como los demás; pero confieso que me faltó valor.
NORA: ¡A mí también!
KROGSTAD (Tranquilizado): ¿No es verdad? A usted también le falta valor.
NORA: Sí.
KROGSTAD: Además, sería una solemne tontería, porque, pasada la primera tempestad conyugal... Aquí, en el bolsillo, traigo una carta para su esposo...
NORA: ¿Se lo cuenta usted todo?
KROGSTAD: Con la mayor suavidad posible.
NORA (Con precipitación): No verá esa carta. Rómpala yo buscaré el dinero para pagarle.
KROGSTAD: Dispénseme, señora, pero creo haberle dicho hace un momento...
NORA: ¡Oh! No hablo del dinero que le debo a usted. Dígame cuánto piensa pedirle a mi marido y se lo entregaré yo.
KROGSTAD: No pido dinero a su marido.
NORA: ¿Pues qué pide entonces?
KROGSTAD: Se lo diré. Quiero prosperar, señora, quiero hacer fortuna; y ha de ayudarme su marido. Durante año y medio no he cometido ningún acto deshonroso; durante todo ese tiempo he luchado con las más duras dificultades. Estaba satisfecho con volver a subir paso a paso. Ahora me dejan cesante y no me basta ya que me repongan por favor. Quiero prosperar, digo. Quiero entrar en el Banco... en mejores condiciones que antes; su marido tiene que crear una plaza para mí...
NORA: ¡Eso no lo hará nunca!
KROGSTAD: Lo hará; lo conozco... no se atreverá a pestañear, y, conseguido esto, ya verá usted. Antes de un año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Enrique Krogstad y no Torvaldo Helmer.
NORA: Jamás ocurrirá semejante cosa.
KROGSTAD: ¿Querría usted acaso...?
NORA: Tengo valor para hacerlo.
KROGSTAD: ¡Oh! No me asusta usted. Una dama distinguida y delicada como usted...
NORA: ¡Ya lo verá usted, ya lo verá!
KROGSTAD: ¿Bajo el hielo acaso? ¿En el abismo húmedo, frío y sombrío? Y volver a la superficie en la primavera, desfigurada, desconocida, sin cabello...
NORA: No me asusta usted.
KROGSTAD: Ni usted a mí. No se hacen esas cosas, señora. ¿Y a qué conducirán, además? De todos modos, lo tengo en el bolsillo.
NORA: Cuando yo no exista...
KROGSTAD: Si usted se suicida, estará en mis manos su memoria. (Nora lo mira perpleja). Conque ya está usted advertida. ¡Nada de bobadas! Cuando Helmer reciba mi carta, se apresurará a contestarme. Y acuérdese usted bien de que su marido es quien me obliga a dar este paso. Esto no se lo perdonaré nunca. ¡Adiós, señora! (Se va).
ESCENA IX.
NORA (Entreabriendo con precaución la puerta del vestíbulo y escuchando): Se ha marchado. No le enviará la carta. ¡No, no, es imposible! (Abre la puerta más cada vez). ¿Qué es esto? Se ha detenido. Reflexiona. ¿Iría a...? (Se oye caer una carta en el buzón, y después los pasos de Krogstad, cuyo ruido va extinguiéndose a medida que baja la escalera. Nora reprime un grito y vuelve corriendo hasta el velador. Un momento de silencio). ¡Está en el buzón! (Vuelve sigilosamente a la puerta del recibidor). ¡Está ahí!... ¡Torvaldo... nos hemos perdido!
CRISTINA (Entrando con el traje por la puerta de la izquierda): No he podido hacer más. ¿Quieres probártelo?
NORA (Bajo, con voz ahogada): Cristina, ven aquí.
CRISTINA (Poniendo el vestido sobre el sofá): ¿Qué tienes? Parece que estás completamente trastornada.
NORA: Ven aquí. ¿Ves esa carta? ¿Ahí, a través de la abertura del buzón? CRISTINA: Sí, la veo perfectamente.
NORA: Esa carta es de Krogstad.
CRISTINA: ¡Nora! ... ¿Fue Krogstad quien te prestó el dinero?
NORA: Sí. Lo sabrá todo Torvaldo.
CRISTINA: Créeme, Nora, es lo mejor para ustedes dos.
NORA: Es que no lo sabes todo; he puesto una firma falsa.
CRISTINA: ¡Gran Dios!... ¿Qué dices?
NORA: ¡Ahora oye, Cristina! Oye lo que voy a decirte; necesito que me sirvas de testigo.
CRISTINA: ¿De qué? ¡Dime!
NORA: Si yo me volviese loca... y bien puede darse el caso...
CRISTINA: ¡Nora!
NORA: O si me ocurriera alguna desgracia... y no estuviese aquí para...
CRISTINA: ¡Nora, Nora, has perdido el juicio!
NORA: Si hubiera entonces alguien que quisiera atribuirse toda la culpa... ¿comprendes?
CRISTINA: Sí, ¿pero cómo puedes creer...?
NORA: En ese caso debes declarar que es falso, Cristina. No estoy loca; estoy en mi sano juicio, y te digo: ninguna otra persona lo supo; obré sola, absolutamente sola. Acuérdate bien de esto.
CRISTINA: Bien, lo recordaré; pero no comprendo...
NORA: ¡Ah! ¿Cómo vas a comprender? Es que va a realizarse un prodigio.
CRISTINA: ¿Un prodigio?
NORA: Sí, un prodigio. ¡Pero es tan terrible!... Cristina, es preciso que no ocurra tal cosa; no quiero, a ningún precio.
CRISTINA: Voy a hablar con Krogstad ahora mismo.
NORA: No vayas a verlo; lo pasarías mal.
CRISTINA: Hubo un tiempo en que hubiera hecho el mayor sacrificio del mundo por complacerme.
NORA: ¿Él?
CRISTINA: ¿Dónde vive?
NORA: ¡Qué sé yo!... Digo, sí. (Se registra el bolsillo). Aquí está su tarjeta. ¡Pero la carta!...
HELMER (Llamando a la puerta que comunica con sus habitaciones): ¡Nora!
NORA (Lanzando un grito de angustia): ¿Qué ocurre? ¿Qué quieres?
HELMER: ¡Vamos, vamos! No te asustes, es que no podemos entrar: has cerrado la puerta. ¿Te estás probando el vestido?
NORA: Sí, sí, estoy probándomelo. ¡Voy a estar muy guapa! Torvaldo...
CRISTINA (Después de mirar la tarjeta): Vive cerca de aquí, en la esquina de esta calle.
NORA: Sí, pero ¿para qué? Estamos perdidos. La carta está en el buzón.
CRISTINA: ¿Tiene la llave tu marido? NORA: Siempre.
CRISTINA: Krogstad puede reclamar la carta antes que sea leída, inventando un pretexto cualquiera.
NORA: Pero es precisamente la hora en que Torvaldo acostumbra...
CRISTINA: Entretanto, anda a su habitación. Yo volveré todo lo antes que pueda. (Sale precipitadamente por la puerta del vestíbulo).
ESCENA X
NORA (Acercándose a la puerta de Helmer, abriéndola y mirando): ¡Torvaldo!
HELMER (Desde dentro): Vaya, al fin se puede entrar. Ven, Rank, vamos a ver... (Apareciendo). Pero ¿en qué quedamos?
NORA: ¿Qué, querido Torvaldo?
HELMER: Rank me había preparado para asistir a una gran exhibición del traje.
RANK (Apareciendo): Así lo había comprendido; pero, por lo visto, me he engañado.
NORA: Medio a medio. Hasta mañana nadie me verá con todas mis galas.
HELMER: ¡Qué mala cara tienes, Nora! ¿Es que te has fatigado ensayando el baile?
NORA: No, no he ensayado todavía.
HELMER: Pues no habrá más remedio.
NORA: Sí, Torvaldo, es indispensable; pero no puedo dar un paso sin ti. Lo he olvidado por completo.
HELMER: Bien, te ayudaremos.
NORA: ¿Sí, verdad? Al fin vas a ocuparte de mí, Torvaldo. ¿Me lo prometes? Estoy tan intranquila. Esa reunión... ¡Nada de negocios esta noche, nada de letras! ¿Eh? ¿Quieres?
HELMER: Te lo prometo. Esta noche estoy a tu disposición... atolondradilla. ¡Ah! Es verdad. Primero tengo que ver una cosa. (Se dirige hacia la puerta del vestíbulo).
NORA: ¿Qué vas a hacer?
HELMER: A ver si han llegado cartas.
NORA: No, Torvaldo, no vayas.
HELMER: ¿Por qué?
NORA: Te lo suplico, Torvaldo... no hay.
HELMER: Déjame que lo vea. (Da un paso hacia la puerta. Nora se sienta al piano y empieza a tocar la tarantela).
HELMER (Deteniéndose para escuchar a Nora): ¡Ah!
NORA: No podré bailar mañana, si no ensayo hoy contigo.
HELMER (Acercándose a Nora): ¿De veras tienes tanto miedo, Norita?
NORA: ¡Ay, sí!, ¡un miedo terrible! Vamos a ensayar ahora mismo; todavía tenemos tiempo antes de sentarnos a la mesa. Ponte ahí, querido Torvaldo, y toca. Corrígeme, dame consejos, como acostumbras.
HELMER: Puesto que lo deseas, vamos allá. (Se sienta al piano).
NORA (Abre una caja; saca una pandereta y un chal de varios colores; da un brinco y se sitúa en el centro de la escena): ¡Ya!, ¡toca! Voy a bailar. (Helmer toca; Nora baila; Rank permanece detrás de Helmer, contemplando a Nora).
HELMER (Tocando): Despacio, despacio. NORA: Imposible.
HELMER: Menos precipitación.
NORA: Es precisamente lo que hace falta. HELMER: ¡Eso no va bien!
NORA (Riendo y agitando la pandereta): ¿Qué te decía yo?
RANK: Permíteme que me siente al piano.
HELMER (Levantándose): Con mucho gusto, así podré dirigirla mejor. (Rank se sienta al piano y toca. Nora baila de una manera más desatentada cada vez. Helmer, colocado cerca de la chimenea, le dirige de vez en cuando una observación que ella parece no oír. Se le suelta el cabello, cayéndole por la espalda; no lo advierte y sigue bailando. Entra Cristina.).
ESCENA XI.
CRISTINA (Deteniéndose confusa): ¡Oh!
NORA: Me sorprendes en plena locura, Cristina.
HELMER: Pero, querida Nora, estás bailando como si se te fuera en ello la vida.
NORA: Y así es.
HELMER: Para, Rank. Es una locura. Que pares, te digo. (Rank deja de tocar el piano y Nora se detiene de repente).
HELMER (A Nora): No lo hubiera creído nunca; has olvidado cuanto te enseñé.
NORA (Arrojando la pandereta): Ya lo ves.
HELMER: Vamos, necesitas mucha dirección.
NORA: ¡Ya ves si la necesito! Tú me guiarás hasta el fin. ¿Me lo prometes, Torvaldo?
HELMER: Puedes tener confianza.
NORA: Ni hoy ni mañana debes pensar más que en mí, no has de abrir ninguna carta, ninguna... ni... el buzón.
HELMER: ¡Bueno! Otra vez el temor a aquel hombre.
NORA: ¡Pues bien, sí! Algo de eso hay también.
HELMER: Nora, te lo conozco en la cara; allí hay seguramente una carta suya.
NORA: No sé, es... posible; pero ahora no hay que leer cartas. Que no se interponga ninguna sombra entre nosotros hasta que todo haya concluido.
RANK (Aparte a Helmer): No conviene contrariarla.
HELMER (Pasándole un brazo por la cintura): Vaya, niña, se hará lo que quieres; pero mañana, después que bailes...
NORA: Quedarás en libertad.
ELENA (Desde la puerta de la derecha): Señora, está servida la cena...
NORA: Trae champaña, Elena. ELENA: Muy bien, señora. (Se va).
HELMER: ¡Vaya! Va a haber festín, según parece.
NORA: Fiesta y festín hasta mañana. (Gritando a la criada). Y unas pocas almendras, Elena, o mejor dicho, muchas. (A Torvaldo). Una vez no es todos los días.
HELMER (Tomándole las manos): Vamos, vamos, así me gusta. No hay que ponerse loca de terror. Hay que ser la de siempre, una alondrita cantora.
NORA: Sí, Torvaldo, sí. Pero vete mientras; y usted también, doctor. Tú, Cristina, me ayudarás a arreglarme el cabello.
RANK (Aparte a Helmer, dirigiéndose al comedor): ¿Y qué? Todo esto, ¿presagia algo?
HELMER: De ningún modo, amigo mío. No es más que esa pueril angustia de que te he hablado. (Se van por la derecha).
NORA: ¿Y qué?
CRISTINA: Se ha marchado al campo.
NORA: Te lo he leído en la cara.
CRISTINA: Vuelve mañana por la noche; pero le he dejado cuatro letras.
NORA: No has debido hacerlo. No hay que tratar de impedir nada. En el fondo, es un goce esperar el terror.
CRISTINA: ¿Qué esperas?
NORA: ¡Oh! Tú no comprenderías. Anda con ellos. Enseguida iré a reunirme con ustedes. (Cristina sale).
ESCENA XII.
NORA (Permanece inmóvil un momento como para recogerse; luego mira el reloj): Las cinco. Faltan siete horas para la medianoche. Entonces se habrá bailado la tarantela. ¿Veinticuatro y siete? Tengo treinta y una horas de vida.
HELMER (En la puerta de la derecha): Pero ¿qué hace la alondrita? NORA (Arrojándose a sus brazos): ¡Aquí la tienes!
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